No es oro todo lo que reluce, dice el refrán. Pero si estás en un restaurante y te presentan un plato con algo dorado y brillante: no lo dudes, vas a comer oro de verdad. El oro es símbolo de poder y riqueza, y lo llevamos en las joyas, en nuestros aparatos electrónicos, hasta en nuestros dientes. Pero la industria gastronómica no ha querido quedarse atrás y ahora la última delicatesen es comer oro. Escucha el podcast con Marta Vilar.

Aunque esta práctica no es tan reciente como pensamos. Si quitamos el polvo de algunos libros de Historia, vemos que en los tiempos del antiguo Egipto ya fabricaban panes con oro en polvo o que en el año 2.500 antes de Cristo, los chinos ya bebían oro en forma de elixir porque creían que alargaba la vida.

Pero ahora, en la era de la información, ya sabemos con toda certeza que el oro ni tiene sabor ni aporta ningún elemento nutricional. Pero no por eso se ha dejado de convertir en un aditivo para la comida. De hecho, la Unión Europea y Estados Unidos permiten el uso del aditivo E175, el aditivo del oro. ¿Supone algún peligro para la salud consumir oro? Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria no existen suficientes datos de toxicidad de este elemento pero teniendo en cuenta una serie de criterios químicos, concluyen que no, que no hay ningún peligro. Lo que no se sabe es si nos podemos intoxicar si consumimos grandes cantidades.

Así que si no es por motivos de salud, si comemos oro es porque nos entra por los ojos. Lo vemos como algo lujoso, ostentoso, excéntrico. Y todo lujo, tiene un precio. Por eso los restaurantes no se cortan nada con las cantidades desorbitadas que vemos en la cuenta si nos pedimos un plato con oro.

Entre los platos más famosos: la hamburguesa de 293 dólares del restaurante neoyorkino de Serendipity 3, el ‘Rissotto de Oro Zafferano’ romano de 155 euros o el postre ‘Sultan’s Golden Cake’ de un restaurante de Estambul que cuesta 1.000 euros la porción. Pero eso se queda en nada si viajamos hasta Dubai y al hotel del Burj Al Arab, el famoso edificio de la vela que se adentra en el mar. Aquí en 2008 se presentó el cóctel más caro del mundo, hecho con whisky de malta de color natural de Moral y azúcar de maracuyá y servido en un vaso de 18 kilates. Solo se vendieron 10 de estas bebidas porque el precio era de 7.400 dólares.

Y si tan pocos se atrevieron a probar el coctel más caro del mundo quizá fue por eso de que el oro aumenta el ego pero encoge nuestro bolsillo. Y, por eso, mejor gastárnoslo en algo que nos va a durar -como en joyas- que gastarnos 7.000 dólares en algo que va a terminar en el retrete.