Los recientes desastres naturales han puesto a los bonos catástrofe en el ojo del huracán. Se trata de bonos high-yield que emiten las compañías aseguradoras para financiar las coberturas en caso de catástrofe. Uno de sus atractivos, aparte de su alta rentabilidad, es que su comportamiento no depende del ciclo bursátil, sino de las condiciones meteorológicas.

Es decir, un bono catástrofe o CAT Bond subirá de precio siempre que no se produzcan huracanes, tsunamis o cualquier otro desastre natural, pero su precio se desplomará si se produce cualquier catástrofe meteorológica, ya que deberá afrontar los pagos de las indemnizaciones. De ahí el desplome de los CAT Bonds tras el Irma.

Pero aunque este producto puede parecerle atractivo a muchos inversores dada su correlación negativa con el mercado, tiene su letra pequeña: "Si se produce un desastre, la aseguradora que ha emitido esos bonos puede no pagarlos", explica Javier Hombría, analista de Tradersecrets:



Lo más probable, por tanto, es que el bonista pierda la totalidad de su inversión, aunque esto depende de las características del bono, tal y como señala Gabriel López, desde Inverdif EAFI. Sin embargo, uno de los atractivos que sostiene a este producto es la poca probabilidad de que sucedan catástrofes naturales.

Pero aunque ahora hablamos del huracán Irma y recordamos al Katrina, los bonos catástrofe nacieron hace más de 10 años tras los huracanes Andrew y Northridge. Tras estos dos huracanes, la industria del seguro sufrió pérdidas de 17.000 millones de dólares y este instrumento surgió como una forma de afrontar esas pérdidas.

Desde entonces, el mercado de CAT Bonds ha crecido a tasas anuales del 25% hasta alcanzar un volumen de cerca de 12.500 millones de dólares y su principal mercado es EEUU. Eso sí, se trata de un producto muy sofisticado del que hay que conocer todos los detalles para que la tormenta no nos quite el sueño.