Recorren el mundo desde las minas, sobre todo africanas, y pasan por numerosos intermediarios hasta llegar a las tiendas y, después, a nuestras manos. Los dispositivos tecnológicos son la cara conocida de la extracción de minerales, pero su faceta real es otra: la explotación de la población y los conflictos armados.

Las rutas de diamantes de sangre nos llevan hasta República Democrática del Congo y Sierra Leona. También a Botsuana y la isla de Bangka en Indonesia. Amnistía Internacional nos explica que hay mucho dinero en juego a lo largo de este camino, pero sobre todo están en jaque los derechos humanos.

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