La naturaleza golpea a Ecuador, el miembro más pequeño de la OPEP. La región ha sufrido  este fin de semana el impacto de un terremoto de magnitud 7’8 en la escala Richter, una catástrofe que no sólo hace tambalear los muros físicos, sino también los económicos.

El fenómeno ocurre en un momento de gran debilidad en la economía ecuatoriana, una economía cuyo PIB, según el FMI, se contraerá hasta un 4.5% en 2016 y un 4.3% en 2017. El FMI muestra un escenario pesimista debido a cuatro factores principales: la caída de los precios del petróleo, la pérdida de competitividad provocada por la apreciación del dólar, problemas de consolidación fiscal y un entorno con difíciles condiciones de financiación.

En este escenario, cabe recordar que la economía de Ecuador depende en gran medida de la producción de petróleo. El 90% de su economía está orientado al sector servicios y a la industria petrolera y apenas el 10% se centra en industrias con capacidad de generar valor añadido.

Aunque la producción de petróleo no se ha visto afectada por el terremoto, sí sufre el impacto de las consecuencias de la caída de sus precios. Y es que este descenso podría obligar a Ecuador y a los países latinoamericanos exportadores de petróleo a recortar todavía más su gasto, tal y como advierte el FMI.

Y a todo ello hay que sumarle además la situación actual de desempleo en el país. Según la última Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo, Ecuador registró una tasa de desempleo nacional del 5’7% en marzo,  una subida de casi un 2% respecto al mes anterior. En este aspecto, el FMI prevé una tasa de desempleo del 5’7% en 2016 y del 6’5% en 2017.

La mirada ahora se centra en las consecuencias que arrastrará el terremoto, que añade presión a la economía ecuatoriana. Una economía que ya creció muy cerca del 0% el año pasado. Una economía que depende, en gran medida, de las andanzas del petróleo.

 

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