A Kirk Kerkorian le gustaba apostar fuerte. Pero, lejos de la imagen que nos ha dejado como magnate de Las Vegas, sus inicios fueron modestos. Nació en 1917 en el seno de una familia humilde. Hijo de inmigrantes armenios, se mudó a Los Ángeles cuando tenía 9 años y allí comenzó a trabajar como chico de los periódicos. Quién iba a decir que, años después, acabaría siendo un multimillonario conocido como el padre o el rey de los grandes casinos.

Kerkorian afirmaba que su fortuna se debía a que había tenido que aprender a apañárselas desde pequeño. A los 16 años abandonó sus estudios y durante su juventud fue boxeador amateur, era conocido como “Rifle Right” Kerkorian.

Aunque desde sus inicios su mayor interés era el juego. A lo largo de su trayectoria profesional, construyó y abrió tres veces los que fueron considerados los hoteles-casinos más importantes del mundo: el International, que hoy es el Westgate de Las Vegas; el original MGM Grand, actual Bally de Las Vegas y el que actualmente es el MGM Grand Las Vegas. Fue, además, el mayor accionista de MGM Resorts International, que él mismo fundó en los años 90.

Pero aparte del juego, Kerkorian tenía otras inquietudes: amaba los aviones y el cine. En 1940 compró por 60.000 dólares una pequeña aerolínea llamada Transinternational Airlines que unía Los Ángeles y Las Vegas. De este modo, trasladaba a los jugadores hacia la capital del juego. Unas décadas después, la vendió por 104 millones de dólares. En los años 70, poseyó el 17% de la ya extinta Western Airlines y en 1991 hizo una oferta por Trans World Airlines, que luego fracasó.

Hollywood también despertó su interés. En el año 73 comenzó su idilio con la Metro Goldwyn Mayer. Compró y vendió hasta tres veces el estudio y las tres veces obtuvo beneficios. Y de hecho de ahí viene el nombre del Casino MGM de Las Vegas.

A Kerkorian también le gustaban los coches. En 1990 se convirtió en el principal accionista de Chrysler Corp., aunque se retiró tras una oferta fallida de adquisición hostil. En 2005 compró el 10% de General Motors, pero un año después vendió sus acciones, ya que no consiguió realizar los cambios que él deseaba en la compañía. En 2007 quiso intentarlo de nuevo y realizó una última oferta de 4.500 millones de dólares, pero fracasó. Como él bien sabía, en las apuestas no siempre se gana.