La nueva normalidad nos ha cambiado a todos. Si uno mira a su alrededor, es fácil darse cuenta de que nada, o casi nada, volverá a ser igual, al menos durante un largo periodo de tiempo. Y aún después, cuando por fin todo esto sea solo un mal recuerdo, habrá cosas que ya no volverán a ser igual que antes. Eso lo tenemos claro. Entre otras cosas porque la dimensión de esta crisis es de tal magnitud que aún hoy, viviéndola intensamente como la estamos viviendo, no somos capaces de identificar. La nueva normalidad nos ha cambiado a todos, y lo ha cambiado todo. O casi.

Lo digo porque si uno intenta distanciarse y observar lo que está pasando desde la serenidad que aporta la lejanía, se da cuenta de que los parámetros con los que nos movíamos antes de esta crisis ya no valen. No valen los parámetros sociales, y sino fíjense en como ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, y como van a cambiar en el corto, medio y largo plazo nuestros comportamientos.

No valen los parámetros económicos porque, como ha ocurrido otras veces con crisis profundas, los esquemas tradicionales liberales o socialdemócratas no sirven para identificar la situación y, mucho menos, para dar solución a los enormes problemas que ha generado esta crisis y que va a seguir generando en el futuro inmediato y hay que recurrir a formulas mixtas dejando a un lado los dogmas identitarios.

Y no valen los parámetros políticos porque, lo he dicho muchas veces, este virus no es ni de izquierdas ni de derechas y ha golpeado por igual los paradigmas de unos y de otros. Hasta ahora, hasta la legada del virus, la sociedad demandaba de sus partidos la defensa de unos determinados principios.

Desde que el virus irrumpiera en nuestras vidas y sobre todo con el paso de los días, lo que demanda la sociedad a sus políticos es la búsqueda conjunta de soluciones porque, del mismo modo que el impacto de virus no hace distingos ideológicos, tampoco la hoja de ruta que debe conducirnos a la salida de la profundísima crisis los tiene.

Sin embargo, y a pesar de que la sociedad camina por un sendero muy distinto al de antes, nuestros políticos siguen instalados en la vieja normalidad, es decir, en la normalidad de la confrontación, de la divergencia y de la búsqueda de un rédito propio en la descalificación del contrario.

Es un error. Un inmenso error. El político que sea capaz de situarse por encima del estéril debate político de las culpas y ofrezca a los ciudadanos una alternativa creíble incluso renunciando a principios propios para adoptar los ajenos porque la salida de la crisis así lo exige, ese político o política será quién lidere de verdad a la sociedad del futuro. Y ese político o política no está hoy por hoy entre nosotros. Ese líder está, créanme, por llegar.