Tengo una sensación de cierta tristeza, de inevitable decepción. Me viene pasando desde hace tiempo, y se acentúa cada vez que asisto, telemáticamente, por supuesto, a un debate en el Congreso de los Diputados. Es como si nuestros representantes vivieran en un país distinto al nuestro, incluso en otro planeta y no fueran conscientes de la realidad de lo que nos está pasando.

Es cierto, no vamos a negarlo, que el Gobierno ha cometido errores, y algunos de bulto, y sin duda su falta de previsión, el llegar tarde a la toma de decisiones y los problemas con las compras de material sanitario, van a pesar como una losa en el futuro.

Yo no me explico cómo se ha podido meter el Gobierno en el lío de la desescalada infantil, o en el tira y afloja de la renta mínima. Pero al final, en la comparativa, ni estamos para tirar cohetes –sobre todo comparados con Alemania o Portugal-, ni para la profunda depresión porque hay países, Gran Bretaña por ejemplo, que lo llevan peor. La realidad, sin duda, destruye el discurso autocomplaciente de Pedro Sánchez, pero la misma realidad desmonta los argumentos apocalípticos del PP, y ya no digamos los de Vox.

Por eso no entiendo que llegados a este punto, en las actuales circunstancias, en lugar de buscarse para superar esta crisis juntos, unos y otros quieran aprovecharla para hundir a su adversario y de paso, llevarse por delante el futuro del país. El Gobierno no quiere ceder ni un milímetro de su poder al control de la oposición, y la oposición parece haber olido la sangre de un Gobierno que se basta solo para desgastarse. El miércoles Pablo Casado empezaba su discurso, después de ganar el primer round con ese minuto de silencio que debió haber salido de la mente ya un poco bajo mínimos de Iván Redondo, con un “España me duele”.

Bien, y a mí. Cómo no nos va a doler, si al mirar hacia el futuro lo que vemos es para deprimirse. Pero si realmente nos duele España, lo primero que hay que hacer es dejar a un lado las diferencias, no aprovechar las circunstancias en beneficio propio y avanzar en la única dirección posible. Si, vale, el PP apoyo la prórroga del Estado de Alarma y eso, en sí mismo, ya es un paso en la buena dirección pero, al escuchar los discursos, uno sigue teniendo la sensación de que están escritos bajo una mirada cainita de la situación, y no por un sentido patriótico del bien común.

El líder del PP hizo referencia a un libro en su discurso, COMO MUEREN LAS DEMOCRACIAS, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt para echarle en cara a Sánchez su falta de respeto a las libertades democráticas. Se ve que Sánchez no se ha leído el libro porque, de haberlo hecho, le podría haber recordado a Casado que el argumento principal del ensayo no es otro que la necesidad de que los partidos moderados se unan por encima de diferencias ideológicas para hacer frente a los populismos extremos que solo buscan el incendio de la democracia –en este caso, de la nuestra- para crecer sobre sus cenizas.

Necesitamos tolerancia, respeto, empatía para afrontar lo que se nos viene encima, pero hoy por hoy yo no encuentro nada de eso en nuestra clase política. Por eso a mí sí me duele España, porque la veo sufrir por culpa de quienes deberían consolarla.