2016 fue el año más caluroso de la historia. Antes batieron el mismo récord 2015 y 2014. Es decir, un año tras otro se superan las marcas de las temperaturas de la tierra. Son datos que constatan todas las instituciones que estudian estos fenómenos y que se reflejan también en la proliferación de huracanes y tormentas tropicales, como los que asolan el Caribe en los últimos meses. La realidad del cambio climático también la sufren países como España, donde las reservas de agua escasean, apenas llueve y se registra una de las peores sequías de las últimas décadas.

Los casi 200 países que se unieron en el Acuerdo contra el cambio climático de París en 2015 entendían que es importante actuar y aunque no se garantizaba el cumplimiento del mandato de la COP21, han surgido desde entonces numerosas iniciativas desde distintos ámbitos. Gobiernos, administraciones públicas, empresas, el sector financiero y multitud de instituciones y actores internacionales se han subido al carro y vemos cada vez más proyectos destinados a financiar y actuar en la reducción del impacto ambiental. Fondos y compañías de diversos sectores económicos apuestan por proyectos con los que beneficiarse del cambio climático, ya sea con prácticas que buscan frenar el cambio climático o bien prácticas que simplemente mitigan sus efectos.

Negocios en el Ártico, donde el deshielo abre paso a la explotación de sus recursos naturales, como el gas o la pesca, además de un nuevo pulso internacional por su control. Privatización de los recursos hídricos y alternativas de inversión resultantes como el S&P Global Water. Desarrollo infraestructuras que soporten fenómenos meteorológicos extremos. Inversiones en agricultura para desarrollar plantaciones que aguanten sequías y plagas. Bonos verdes, por los que apuestan grandes compañías como Iberdrola o Apple. Iniciativas como Global Adaptation Institute, que ha contado con el expresidente del Gobierno José María Aznar, o la propuesta del exvicepresidente Al Gore en Estados Unidos, Generation Investment Management, una sociedad de gestión de inversiones a largo plazo por la sostenibilidad. La pregunta que surge alrededor de todos estas propuestas es si se trata de luchar contra el calentamiento global o de hacer negocio.

El cambio climático tiene, y muchas, implicaciones económicas. Sin embargo, Jesús M. Castillo profesor de la Universidad de Sevilla y autor de Los negocios del cambio climático considera que “el capitalismo verde no ayuda a acabar con el cambio climático”. Mientras que el catedrático de Física de la Universidad de Alcalá, Antonio Ruiz de Elvira, se muestra favorable a ciertas iniciativas y pide “dejar de poner trabas a las empresas” en iniciativas como las renovables.

Irene Sánchez Aizpurúa, jefa de división de Relaciones con Inversores del BEI, destaca el papel de los bonos verdes, “un instrumento financiero que permite conseguir una serie de objetivos políticos” y con un crecimiento exponencial: “En los primeros nueve meses del año hay ya 80.000 millones de dólares en bonos verdes y vemos como, incluso, están entrando los fondos soberanos”.

Por otro lado, Tatiana Nuño, responsable de la campaña de cambio climático de Greenpeace, destaca el papel de iniciativas como las que surgen en el seno de la Unión Europea, con “fondos destinados a gestionar proyectos de ahorro energético tanto en hogares como en la producción industrial”.