En el año 2010, algunas organizaciones benéficas y fundaciones comprometieron inversiones de 5 millones de libras en el primer Bono de Impacto Social en Reino Unido. El objetivo era reducir la tasa de retorno de exconvictos en la prisión de Peterborought una vez constatado que al salir de la cárcel el porcentaje de quienes volvían a ella en poco tiempo era muy elevado. Con el dinero que aportaban los inversores que se adherían al bono se financió la actividad de entidades sociales que daban alojamiento, apoyo y, sobre todo, acceso a la formación y el empleo a personas con condenas de corta duración. Si la tasa de reincidencia se reducía anualmente por encima del 7,5%, los inversores recibían un interés determinado.

Este bono pionero redujo la reincidencia de delincuentes con condenas cortas al 9%, superando el objetivo del 7,5% que se había marcado el Ministerio de Justicia. Como resultado, los 17 inversores recibieron un pago por su capital inicial más un importe que representaba un rendimiento ligeramente superior al 3% anual durante el periodo de inversión.


¿Qué son las inversiones de impacto?


“Hablamos de inversiones de impacto cuando son inversiones en las que el inversor busca un retorno financiero asociado al riesgo que asume, al tiempo que busca un impacto social o medioambiental medible para esa inversión concreta” explica en Entre Líneas Luis Hernández Guijarro, gestor del fondo Esfera II Sostenibilidad ESG Focus de la gestora Esfera Capital Gestión SGIIC.

Estas inversiones pueden realizarse a través de empresas o fondos especializados que cumplan determinados criterios guiándose, por ejemplo, por los principios de gobierno de la OCDE o los objetivos de Naciones Unidas. Hernández Guijarro destaca también los programas de microcréditos, como el BlueOchard Microfinance Fund que invierte con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como guía y mide su éxito en función del número de microemprendedores que ponen en marcha un negocio, el ritmo de devolución de los créditos, la tasa de morosidad o el empleo creado.

Las inversiones sostenibles no están reñidas con la rentabilidad


Ante el incremento de popularidad de este tipo de inversiones y los cambios en las tendencias de consumo, con usuarios y clientes preocupándose cada vez más de realidades como los derechos laborales o el medio ambiente, el sector privado ha comenzado ya a adaptarse. En realidad, se trata de un nuevo nicho de mercado para las empresas, ya que adaptar sus productos a estas demandas incrementa las ventas y reduce gastos. “La demanda aumenta y hace crecer las ventas y, por otro lado, está la reducción de costes ligada por ejemplo al ahorro de energía o recursos básicos, lo que lleva a un aumento de los ingresos con reducción de costos y por tanto redunda en el beneficio de las propias empresas” señala el gestor.

A estos incentivos se suma la presión que pueden ejercer los grandes inversores institucionales con los fondos soberanos a la cabeza. Estos vehículos estatales, caracterizados por una mayor tolerancia al riesgo e inversiones de gran volumen a largo plazo, se podrían convertir en el medio ideal para favorecer los activos sostenibles.

El papel de los grandes inversores y el efecto en cadena


El director del Sovereign Wealth Lab del IE Business School, Javier Capapé, reconoce que algunos fondos “se mueven por responsabilidad social y otros por rentabilidad, pero la verdad es que la rentabilidad es la base”. Estos gigantes de la inversión han entendido que dadas sus inversiones a 10 o 15 años vista “tienen que incorporar riesgos y uno de ellos en el futuro inmediato es el climático”. Por eso, los fondos soberanos intentan en la actualidad rentabilizar los activos verdes entrando con fuerza en empresas que sean transparentes y tomen medidas en la lucha contra el cambio climático.

Capapé pone de ejemplo el caso del fondo chino State Administration of Foreign Exchange, que apuesta desde hace dos años por activos verdes. Su actividad, unida al cambio en la nueva política anticontaminación de Xi Jinping, “contribuye a la imagen país, es una herramienta más de geopolítica vehiculizada a través del fondo soberano, es una muestra de poder blando”.

¿Qué ganan los consumidores?


Si el efecto en cadena va desde los grandes inversores a las empresas, no es menor el papel de unos consumidores “cada vez más concienciados” según Blanca Narváez, directora de la Fundación Junior Achievement España. Los criterios de sostenibilidad y responsabilidad están llegando a la educación financiera y especialmente los jóvenes se preocupan por el origen de los productos que consumen, sus características y cadenas de suministro. Narváez asegura que si el cliente pide otro tipo de productos, las empresas se lo darán: “El consumidor no lo sabe siempre, pero es el que más poder tiene”.