La unión de Italia a la iniciativa Belt and Road de Pekín no ha sentado bien del todo en el Viejo Continente. Europa continúa dividida entre los países que han abierto sus economías a la inversión china y los que se muestran recelosos ante la expansión del gigante asiático.

“Lo que pone en evidencia es la falta de una estrategia común europea con China y cómo cada país responde de forma distinta ante sus inversiones”, explica Guillermo Martínez Taberner, coordinador de economía y empresa de Casa Asia. Italia es el primer país con un peso político, demográfico y económico significativo en unirse a la Ruta de la Seda, pero no es el único que ha ampliado sus vínculos comerciales con China.

Portugal o Grecia, economías significativamente menores, dieron entrada a la inversión china durante los años de la crisis presionados por el peso de la deuda y por el BCE y la Comisión Europea, que vieron con buenos ojos la entrada de inversión china mediante la compra de activos públicos, como el puerto del Pireo en Grecia.

En el caso alemán, Taberner explica que ha habido un cambio significativo: “Ha pasado de ser el socio preferente de China a mostrarse más a favor de supervisar sus inversiones”. Parte del escepticismo alemán se explica por la intención del Berlín de seguir siendo líder gracias a su potente sector industrial, liderazgo que se ve amenazado conforme China incrementa su capacidad tecnológica.

“No se trata de inversión china sí o no, sino de mirar cada caso concreto y buscar un acuerdo para favorecer a toda Europa. Si cada país va por su cuenta, competirán de forma bilateral y quienes ganarán serán las empresas Chinas. Hace falta una estrategia común y medidas legales que puedan evitar una competencia desleal por parte de empresas chinas”, concluye el experto.