¿Saben cuál es la capital del estado de Nueva York?


Cuidado, es una trampa. La capital no es la Babilonia de hormigón que tienen en mente, acorazada y soberbia, sino un puntito perdido en el mapa. Una chincheta de nada colocada en las montañas del estado, a tres horas en coche de Manhattan. Se llama Albany y ahora mismo no puedo recordar si la visité o la soñé.


Fue hace dos semanas, creo. Me viene a la memoria un huevo gigante colocado en un páramo de oficinas. El cielo es extremadamente azul y el sol baña estatuas de cemento. Varios edificios rectangulares ciñen el horizonte, separados unos de otros por un desierto de losas blancas. Es como si Moscú y Washington hubiesen tenido un bebé. Al fondo hay una especie de arca gigante que parece el Mausoleo de Ho Chi Minh. Es el museo del estado, dice alguien.


Pero en medio reina el Huevo cual dios de la estepa. Es el origen de la vida, redondo y fértil, como si de su interior naciesen a borbotones las montañas, los ríos, las ciudades y las personas. Un enorme programa de software que renderiza, capa a capa, la realidad.


Nos explican que el Huevo cubre una red de pasillos que conectan los centros de poder: el parlamento estatal, el palacio del gobernador, decenas de oficinas, salas de conferencias y hasta una ópera donde los habitantes pueden educar su oído el fin de semana. En el Huevo hay de todo. Es allí donde tiene lugar la cumbre de turismo local que hemos venido a cubrir.


Dentro hay centenares de funcionarios que no se diferencian unos de otros. La mayoría de las corbatas se compraron hace unos quince años y los trajes van holgados para tapar los kilos de más. Todo el mundo es muy ligero y muy amable. América.


Son la gente de Cuomo, el gobernador que al final no ha podido venir, pero ha tenido el detalle de grabarnos un vídeo de media hora donde elogia la formidable magia de Nueva York para el turismo. Cuomo habla en su oficina, sentado en un sillón, con la puerta al fondo. Más que un discurso, es una charla entre amigos.


Una publicista que ha trabajado con gobiernos de todo el mundo dice que jamás ha visto una administración tan eficaz como la de Andrew Cuomo. Bajo Cuomo, explica, todo depende de un calendario y de una lista de fases. Cualquier cosa que se emprenda va precedida por un plan y una lista de expectativas con fecha concreta. Cuando llega esa fecha, se rinden cuentas. Ahora todo el Gobierno está sujeto a una máquina que persigue implacablemente los resultados.


El punto flaco de Cuomo, dicen, es que le falta likeability, simpatía. No gusta, no transmite. Por eso se esfuerza en aquello de gestionar. Quizás no arrastre a las masas, pero bajo Cuomo no se malgasta ni un dólar ni una gota de energía: él es su experiencia y la de su padre, Mario Cuomo, exgobernador, concentradas. También destaca su fama de lince que barre la desafección como un Stalin benévolo. Una vez leí que el personaje de Frank Underwood, en House of Cards, tiene mucho de Cuomo, un maestro de la intriga.


Cuando la floja voz de Cuomo se extingue, los aplausos del funcionariado llenan el Huevo.


Foto y texto: Argemino Barro