La fiebre del oro. Seguro que a muchos les suena esta frase porque se utiliza mucho para referirnos a cuando hay una oleada de compradores de oro. Pero para conocer el origen de lo que fue la fiebre del oro, tenemos que viajar en el tiempo a 1848, tan lejos como al desierto del oeste americano, a California. Únete a nuestro viaje en el tiempo en el siguiente podcast.



Viajamos hasta el Valle del Sacramento, en California, a las orilla de un río. Es una zona desolada, de hecho, entonces California todavía tiene unos 800 habitantes, sin contar a los nativos. Y decimos todavía, porque lo que estaba a punto de ocurrir iba a cambiar el curso de la historia en California.

Hay un hombre: se llama James Wilson Marshall. Es carpintero y está empezando a construir un molino por la zona de John Sutter, un alemán que fundó lo que hoy conocemos como la ciudad de Sacramento. De pronto, a Marshall le cegó un destello. Se agachó para ver qué era y se quedó asombrado: era oro.

340.194 kilogramos y 2.000 millones de dólares. Esos fueron los frutos de aquel descubrimiento. Marshall había encontrado oro, y aunque su intención fue llevarse su secreto a la tumba, la noticia corrió. Y los que soñaban con hacerse ricos fueron corriendo hasta California para llegar a tiempo al molino de Sutter, antes de que se acabara el motín.

Desde entonces, enero de 1848, y hasta fin de año, la población se multiplicó por 25, de 800 a 20.000 habitantes, y ya si nos remontamos a 1849, cuando miles de personas se fundieron sus ahorros, hipotecaron sus propiedades y pidieron dinero prestado solo para hacer ese viaje hasta el valle de Sacramento para conseguir el ‘sueño californiano’, entonces la población llegó a los 100.000. Y decimos que cambió la historia de California, porque fue la fiebre del oro la que ayudó a que se uniera a la Unión como estado número 31.

La fiebre duró casi una década. Marshall y Sutter, curiosamente nunca se beneficiaron de su descubrimiento. El que más rico se hizo en California durante esos años fue el traidor, el que anunció el descubrimiento: Samuel Brannan. Y de los miles de mineros que migraron al lugar para bañarse en oro, solo los primeros fueron los que más ganaron. Los que llegaron más tarde ganaron poco y algunos incluso perdieron dinero. Y es que siempre que surge una fiebre (la fiebre del oro, la fiebre del Bitcoin…) siempre debemos hacernos un planteamiento: cuando ya nos ha llegado la información de que si invertimos en algo, nos haremos ricos, es que los ricos ya son otros.