En Cuba, para llegar desde el pueblo Viñales (muy turístico) a la caribeña playa de Cayo Jutías se tardan más de tres horas en coche. El recorrido podría hacerse en apenas una, pero el mal estado de una carretera llena de baches convierte en una pesadilla los 60 kilómetros de recorrido que te llevan al paraíso.  “Desde que se construyó esta carretera hace más de 30 años, nunca se ha arreglado”, me decía el conductor de la furgoneta con el que hice el recorrido en diciembre.

Un camino parecido atraviesa la banca española en la última década. Una pesadilla.

Hace justo diez años, cuando estaba a punto de estallar por los aires la industria financiera (la británica Northern Rock ya había caído en septiembre 2007), las ratios de la banca española eran espectaculares. Los dos grandes bancos ya estaban diversificados geográficamente, pero el mercado español seguía siendo el grueso de su negocio (también la exposición al inmobiliario). En la presentación de resultados de aquel 2007, el Banco Santander de Botín padre se mostraba ante el mercado con un crecimiento del margen de intereses del 23%, con un ROE (rentabilidad sobre recursos propios) del 22% y con una tasa de mora que ni siquiera llegaba al 1%. Eran tiempos en lo que la banca vivía entre algodones.

Ha pasado una década desde la época dorada de la banca (el entonces presidente Zapatero llegó a decir que quizás nuestro sistema financiero era el más sólido del mundo). Una década marcada por la intervención de bancos, por el aumento de la presión regulatoria, por la limpieza de activos problemáticos, por los ajustes de costes (un tercio de la plantilla de la banca de entonces ya no trabaja en el sector…), y también por la bajada de los tipos de interés para estimular la economía.

Durante esta travesía el negocio puro de la banca (el de prestar dinero) y su rentabilidad, quedaron muy tocados y nos dimos cuenta de que ser banquero no siempre es tan fácil.

Los resultados referidos a 2017 de la banca del Ibex apuntan a que la pesadilla llega al final. Pero todavía no ha acabado. Bancos como el Santander o Caixabank ya presentan al mercado márgenes de intereses con crecimientos de doble dígito y ratios de rentabilidad que, aunque muy dejos de lo que se registraban durante el boom inmobiliario superiores al 20%, se van recuperando poco a poco (en una ocasión el director general de AFI, David Cano, me advirtió de que nunca volveríamos a ver rentabilidades similares en la banca).

En cualquier caso, la banca del Ibex no evoluciona de manera homogénea: Sabadell y Bankia todavía registran en 2017 caída en su margen de intereses (-0,9% y -8,4% respectivamente) y mientras Bankinter, el banco que más se cuidó de no cometer excesos durante la orgía económica, puede presumir de ser el banco español más rentable (ROE del 12,64%) y con la mora más baja (del 3,45% al cierre de diciembre) del Ibex 35.

Pero de los resultados de la banca del Ibex 35 también se desprende que la concesión de crédito no crece en España por mucho que el Banco Central Europeo haya favorecido la inyección de dinero en el sistema. Los bancos alegan que necesitan clientes solventes a los prestar porque además tienen que provisionar cada una de las operaciones que realicen. Otros (economistas) apuntan a que es preocupante que el crédito no fluya más en una economía que crece por encima del 3% con una creación de empleo constante.

Lo cierto es que no deja de ser una “anormalidad” que la banca no haga más negocio bancario en plena expansión económica. Y eso, unido a unos bajos tipos de interés, da como resultado dos cosas: la primera es que tanto Santander como BBVA mejoran sus cuentas en 2017 gracias a la exposición a países como Brasil o México, porque en casa, en España, registran caídas en el margen de intereses (del -5,5% y -3,6% respectivamente); la segunda, que los bancos suplen su negocio doméstico tradicional con el de la colocación de productos, y eso permite que las comisiones aporten ingresos positivos (las comisiones del Santander en España han crecido un 16% en 2017 y las del BBVA cerca de un 6%).

La pesadilla se acaba. Pero el negocio en España todavía no ha despertado.