Simbolo de poder y prosperidad. En muchas ocasiones su construcción supuso más de una proeza para arquitectos (algunos que, incluso, nunca lo fueron) y operarios que colgados entre el cielo y el infierno levantaban los miradores de hoy las grandes capitales del mundo.

Florencia la tiene en Santa Maria de Fiore y la proeza de Brunelleschi. Desde la del Taj Mahal en Agra (India) se coronan los palacios a orillas del río Yamuna. San Pedro y Santa Sofía observan desde ellas, entre Estambul y el Vaticano, su ansiado destino y en Roma, en el Panteón de Agripa, el Olimpo tiene, con ella, una puerta de entrada al mundo de los mortales.

Son majestuosas y hechas para que desde lejos y por dentro, tengamos la sensación de conectar con algo que nos trasciende. Llevan la firma de grandes nombres de la historia del arte y muchas se han influenciado las una de las otras.

Las cúpulas no son, simplemente, un detalle arquitectónico más, son el broche de oro, un ejemplo más, de la capacidad asombrosa de la especie humana para crear maravilla.

Y en el Palacio de la Bolsa de Madrid, la cúpula (por dentro y por fuera) nos cuenta cómo somos y nos ayuda a entender lo que fuimos.

Escucha el sexto episodio de "Historias de la Bolsa", un podcast en colaboración con BME:

Algunas tardaron más de 600 años en ver la luz del amanecer aunque otras en apenas tres décadas ya rendían tributo y reinaban en grandes y prósperas urbes del planeta.

Por las calles de Madrid nos damos de bruces con históricas cúpulas como la de la Iglesia de San Andrés o el Convento de las Comendadoras de Santiago pasando por la del Convento de las Góngoras y el Monasterio de la Encarnación. Mirando hacia las deidades son otras las que presentan competencia.

¿Entre las paganas? Queda la de Enrique María Repullés y Bargas, el madrileño que levantó este Palacio de la Bolsa en el siglo XIX pensando en todo que hizo de la cúpula el pilar de todo un complejo por y para el mercado construido.

Ideada como las basílicas que Repullés y Bargas también construyó para la Casa Real española o la Archidiócesis de Toledo para la que era su arquitecto ‘de cabecera’. Con forma de herradura y coronado por la cúpula, este Palacio de la Bolsa más se asemeja con un lugar de descanso que un templo de las finanzas.

La cúpula, por aquello de que ya no hay corros ni nada que se le parezca, es hoy más un incordio que una bendición. Su acústica, el gran problema para un siglo XXI entre móviles y auriculares al que le molesta la sonoridad de épocas pasadas porque un altavoz nos soluciona los problemas.

Más un símbolo que una herramienta y con un techo de crista que con el hierro parisino de la Torre Eiffel diferencia al mercado español de cualquier otro.

Que con el temporal de Filomena de hace ahora un año tuvo que ser reparado, que a punto estuvo de venirse abajo dejando al Palacio a merced de un temporal que paralizó, como no lo hacía mucho tiempo atrás, a una ciudad como Madrid.

De cristales y ladrillos

La cúpula por fuera es una más. De cristales y ladrillos. Del blanco roto que inunda la fachada del resto del Palacio de la Bolsa y a la intemperie, a ‘pecho descubierto’ ante las inclemencias del clima.

Esto a la vista del mundo. Para quienes entramos dentro del completo y miramos al techo podemos ver a la España del siglo XIX entre colores granates y cálidas representaciones de lo que en hace dos siglos éramos aunque para los suspicaces ahora todo lo que allí se representa es, prácticamente, una ficción y cualquier parecido con la realidad, una mera coincidencia.

Porque no queremos ofendidos porque su ‘casa’ no esté protegiendo al mercado español. Aunque, avisamos, que ‘ofendidos habrá pocos’.

Arrancamos el repaso si miramos desde la cúpula a la Península Ibérica vemos que y entre tanta meseta, ojo a los archipiélagos, y luego queda lo que hoy, en definitiva, ya es mera anécdota de la historia imperial de esta España nuestra, la España de ultramar, Cuba y Filipinas.

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Debajo de las pinturas, los lunetos, ventanas en tonos ocres, representando lo que por la bolsa se mueve, el dinero. Un elemento sobre el que se articula todo un edificio con símbolos escondidos al ojo del visitante, pero que afinando el ojo, resaltan entre el arte.

Por ejemplo, debajo de cada pintura hay un bolso que, cuenta la leyenda, le da su nombre a 'la bolsa'.

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Más abajo aún y si forzamos más el cuello de, nuevo, el caduceo. Pintura, símbolos y Mercurio, tridente que desde la cúpula sostiene al mercado mientras proteger y aviva las sesiones de una bolsa que no descansa y que entre la campana y el parqué hace de su día a día toda una aventura.