-Buenos días Theodore, tienes una reunión en cinco minutos, ¿vas a intentar levantarte de la cama?

Una pregunta llevó a la otra y después de muchas conversaciones Theodore se enamoró de Samantha. Él, un hombre solitario al borde del divorcio. Ella, un sistema operativo basado en Inteligencia Artificial (IA). Esta premisa hipnótica y sorpresiva fue clave en el éxito de “Her” y cinco años después todavía nos preguntamos si podría pasarnos a nosotros en un futuro no tan lejano. Si una IA podría conocernos hasta el punto de darnos las respuestas que buscamos.



Hablar con Siri, la atención al cliente automática, las recomendaciones de Netflix o Spotify y hasta el análisis de los bancos previo a la concesión de un crédito. Actividades cotidianas detrás de las cuales hay mucho más que tecnología. La RAE define la Inteligencia Artificial como la disciplina científica encargada de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico. Es decir, un sinfín creciente de algoritmos gracias a los cuales nuestros compañeros los dispositivos electrónicos pueden acercarse un poco más a las personas e, incluso, aprender de sus comportamientos.

Empresas y gobiernos han entendido el potencial de la IA y hacen acopio de provisiones en esta carrera tecnológica que una vez más busca el dominio económico. La capacidad de innovación y el acceso a esa tecnología serán las claves del liderazgo en la era del dato, según el investigador del Real Instituto Elcano, Andrés Ortega. China, Estados Unidos y algunos europeos, como Alemania o Reino Unido, encabezan las encuestas.

En el terreno empresarial, despuntan nombres como el de la china Huawei, con chips que añaden estas funcionalidades no tan futuristas a sus dispositivos. Fabio Arena, Product Marketing Manager de la compañía, explica que gracias a la IA podemos cargar la batería al 60% en media hora, hacer mejores fotos o tener terminales más veloces, “con aplicaciones preparadas para ser ejecutadas según nuestras necesidades”.

Y si esta tecnología aprende de nuestros patrones de conducta, ¿aprenderá también lo malo? La Inteligencia Artificial tiene sesgos, sí, y analiza nuestros perfiles antes de respondernos con servicios. Pero estos sesgos “son inherentes a los datos de los que bebe y no de las personas que los programan”, según Isabel Fernández, directora general de inteligencia aplicada de Accenture.

La IA quiere nuestros datos, son su combustible. Estados y empresas también los buscan, su poder y decisiones dependen de ellos en la era de la globalización digital; y nosotros se los damos, ya que queremos mejores y más eficaces respuestas y servicios.

Conocimiento al milímetro. ¿Acabaremos enamorándonos de un ordenador?