La escena internacional se mueve y el zar y el sultán lo saben. Lejos queda la crisis diplomática abierta entre Rusia y Turquía tras el derribo de un caza ruso en noviembre de 2015 en un momento clave del juego diplomático para los liderazgos de Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan. Un deshielo que se constata con la firma de importantes acuerdos estratégicos y económicos y que llegan justo antes de la cumbre sobre Siria que se celebra en Irán.

Los presidentes de Turquía y Rusia incrementan su cooperación comercial y de defensa, con el envío de los sistemas de defensa antiaéreo y antimisiles S-400, además de acordar contratos del sector turístico y agrícola. El resumen de la visita de Putin a la capital turca se cifra en 20.000 millones de dólares, pero asegura Erdogan que la inversión superará esa cantidad.

Ankara ha cerrado la compra de misiles antibalísticos rusos, operación criticada ya por la OTAN, pero el plato fuerte es nuclear. La empresa rusa Rosatom construye la primera central nuclear de Turquía en Mersin, de la que el país “obtendrá el 10% de su energía”. Un acuerdo que el presidente turco califica de “histórico” y abre la puerta a la diversificación energética del país. Turquía es dependiente del exterior en este sentido y el movimiento le permitiría abaratar su factura de importación energética, sobre todo de gas y petróleo. Esto también le permitiría desarrollar la industria tecnológica sin alejarse demasiado de sus socios occidentales ya que, en principio, no contempla un plan de proliferación nuclear.



La planta de Akkuyu iniciará su actividad en 2023 coincidiendo con el cien aniversario de la fundación de la República. Sus instalaciones tendrán cuatro reactores con capacidad para generar 4.800 megavatios. Se estima que podría crear 10.000 empleos y tener un coste en torno a 20.000 millones de dólares.

La compañía rusa también está a cargo de la construcción de la segunda parte del gasoducto TurkStream, que atravesará el Mar Negro para llevar gas ruso a Turquía y al sureste de Europa. Erdogan es ambicioso y sabe que la posición geográfica del país es clave en el tablero energético europeo: “Nuestro objetivo es convertirnos en una de las diez mayores economías del mundo en 2023 y para ello necesitamos energía”.

El viaje de Putin a Turquía también muestra un cambio de tendencia respecto a la guerra en Siria. Aunque ambos países tienen posiciones diferentes en el conflicto apuestan por el entendimiento. Rusia respalda el liderazgo de Bashar al Assad mientras sus fuerzas aéreas continúan bombardeando Idlib, pero Erdogan teme que el aumento de la violencia en determinadas zonas provoque la huida de cientos de miles de personas que crucen su frontera cuando lo que Ankara pretende es reubicar en Siria a parte de los más de tres millones de refugiados que hay en el país. Además, aunque Turquía haya criticado duramente la ofensiva sobre Guta ha iniciado ya su propia operación militar para expulsar a los combatientes kurdos YPG de Afrín, al noroeste de Siria.

Otro ejemplo de que Ankara y Moscú se ven ahora con buenos ojos es el comercio bilateral. Se incrementó un 32% en 2017 y superó los 22.000 millones, pero el objetivo del sultán turco es alcanzar los 100.000 millones de dólares.