Mucho menos conocida y visitada que su ‘hermana’ menor, Lanzarote, de la que apenas dista 10 kms, y a casi un centenar de África, Fuerteventura permanecía casi aislada de la vorágine turística hasta 2009. El 26 de mayo de ese año, la Unesco la rescató del anonimato incluyéndola en su selectivo club de Reservas de la Biosfera. Un sello de calidad que venía a reconocer sus señas de identidad, que no son otras que su patrimonio natural. 13 espacios protegidos que cautivan a quien se atreve a ir a descubrirla… ¡y conquistarla!. Como 6 siglos atrás hiciera el aventurero normando Jean de Bethencourt, quien daría nombre a su primera ciudad, Betancuria, la más antigua del archipiélago canario.

Fuerteventura es una isla semidesértica, solo habitada en su parte Este y que por el Oeste apenas palpita con los latidos que le dan un par de coquetos pueblos de pescadores; El Cotillo y Ajui.  Sus 103.000 habitantes censados casi se duplican con la llegada de 80.000 foráneos, atraídos por el misterioso encanto de sus playas vírgenes, su montaña sagrada (Tindaya) o ese fascinante contraste entre las doradas e inmaculadas dunas, las áridas llanuras del centro o la zona de lavas: Malpaís de la Arena, al norte; y Malpaís Grande, al sudeste.



Fuerteventura destila aroma de Aloe Vera, su cultivo más preciado. Una planta esencial para la elaboración de cosméticos, por sus beneficiosas propiedades curativas, ideales para el cuidado piel. Una isla con 376 kilómetros de costa, de los cuales 77 son de playas. Una isla audazmente definida por Miguel de Unamuno como “pedazo de África Sahariana lanzada al Atlántico”.

El gran escritor y filósofo vasco estuvo aquí desterrado cinco meses en 1924, durante la dictadura del general Primo de Rivera. Y se enamoró de esta tierra, a la que dedicó un libro de sonetos  –‘De Fuerteventura a París’– con versos como estos: “¡Estas soledades desnudas, esqueléticas, de esta descarnada isla! ¡Este esqueleto de tierra, entrañas rocosas que surgieron del fondo del mar, ruinas de volcanes. Esta rojiza osamenta atormentada de ser! Claro está que, para quien sabe buscar el íntimo secreto de la forma, la esencia del estilo, lo encuentra en la línea desnuda del esqueleto”.

Y aquí fue donde Unamuno se enamoró del mar: “Te han hecho ya, querida mar, costumbre para mis ojos, pies, pecho y oídos, cansados de esperar. Y tus quejidos añaden a los míos pesadumbre”.

Para admirarla, lo mejor es subir al más impresionante de sus miradores, Morro Velosa, diseñado por el escultor y arquitecto canario César Manrique (autor, entre otros, del madrileño centro comercial La Vaguada). Este mirador está en la cima del monte Tegú, a 669 metros de altitud. Y en días claros, se contemplan fascinantes panorámicas que nos permiten hacernos una idea de la perfecta fusión entre los llanos y las montañas.



Pero no solo Unamuno quedó prendado por esta isla. Fuerteventura enamora a todo aquel que se atreva a dejarse tentar por su naturaleza salvaje. ¿Os atrevéis vosotros?