En el Japón de la posguerra, Shinzo Abe fue uno de los primeros ministros más exitosos para la economía del sol naciente. Gestor de una pandemia que se lo llevó por delante, alegando motivos de salud, cuando el 28 de agosto de 2020 anunciaba su dimisión.

Abe fue el líder ambicioso que quiso reactivar a Japón, un país que conmocionado por sobresaltos a los que no están acostumbrados, mira ahora a ver qué pasa tras su muerte.

Escucha la historia completa en este podcast de Mercado Abierto:

Shinzo Abe, el estadista de los escándalos que quería relanzar Japón

Dos disparos por la espalda durante un mítin en la ciudad de Nara acaban con la vida del exprimer ministro y figura influyente de la economía japonesa tras su dimisión en 2020

El dimitió por primera vez en 2006 tras tomar el Gobierno un año antes con la sombra alargada de la corrupción acechando al Partido Liberal Democrático, los conservadores japoneses que volvieron a confiar en él en 2012 cuando volvió a la primera línea de la política nipona tras disipar todos los escándalos sobre los favores que, al parecer, hacía a sus amigos de partido.

Con Abe Japón trató de mirar a Occidente cara a cara dando la vuelta como a un calcetín a un país acomplejado tras el final de una Segunda Guerra Mundial que los dejó en evidencia y devastados tras el estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Shinzo Abe abrió las puertas de Kentai, la residencia oficial “encantada” y deshabitada del primer ministro de Japón cuando el accidente nuclear de Fukushima dejó al país sumido en un desencanto general con lo que tenían delante: un poder ejecutivo que no fue capaz de salvar a cientos de personas que, por la ruptura de un reactor, acabaron por no ver la luz del próximo día.

Abe remodeló Japón, puso en pie a un nuevo país, en apenas ocho años con una influencia política que le precedía desde su dimisión por motivos de salud que frustró su sueño olímpico en el verano de hace dos años, en 2020. Cerca de una efeméride hoy superada por su magnicidio.

Disparado por la espalda (dos tiros y una espesa nube de humo negro) por un ex militar nipón, Yamagami Tetsuya, de unos 40 años, ya detenido durante un acto de campaña en la ciudad de Nara, en el sureste del país, cerca de la conocida Osaka.

Su mandato superó al de su abuelo Nobusuke Kishi, quien dirigió Japón de 1957 a 1960; su padre, Shintaro Abe, también se desempeñó como secretario en jefe del gabinete, a menudo visto como el segundo cargo más poderoso del país.

El de Abe hoy ha sido un asesinado adelantado por la televisión pública nipona y sucedido por una cascada de reacciones internacionales que lamentan una muerte que hoy deja al mundo “mucho más triste”, como decía el secretario de Estado de Estados Unidos desde Indonesia, durante una rueda de prensa improvisada en un suceso que ha convulsionado a la cumbre del G20 que se celebraba en Bali.

Carrera en el Senado

Japón está en campaña electoral la política que se lo dio todo y que hoy a Shinzo Abe se lo ha arrebatado de golpe. Hay elecciones al Senado nipón el domingo que, de momento, un portavoz del Gobierno ya ha dicho que no se van a suspender mientras que su sucesor en el cargo, Fumio Kishida, ya ha dicho que investigarán la muerte de Abe quien tenía 52 años en 2006 cuando asumió su primer mandato.

Era, entonces, la persona más joven en ocupar el cargo. Político de tercera generación que trató de despertar a la economía de su país sumida en décadas de oscurantismo y crecimientos tímidos con deflaciones que, como los salmones, nadaban (y nadan) a contracorrientes del resto del planeta. Tal ha sido la aportación de Abe al rezagado despegue de Japón que la política económica que puso en marcha con su llegada en 2012 al Ejecutivo le ha trascendido bajo una firma personalista: el Abenomics.

La ‘poción mágica’ que Abe le dio a tomar a su país, la tercera economía a nivel mundial, buscó abandonar el estancamiento de los últimos 20 años bajo tres premisas: inversión pública en infraestructura, forzar al Banco de Japón a elevar la tasa de inflación anual al 2% y embarcándolo en un programa de emisión electrónica de dinero o quantitative easing, lo que en la práctica, ampliaba la cantidad de circulante en la economía y devaluar el yen para recuperar poder en las exportaciones.

Una divisa herida, no sabemos si de muerte, pero sí tan grave como para hoy todavía no haberse podido recuperar.

Incremento de salarios, flexibilización del mercado laboral y regulación para estimular la inversión extranjera que mantuvieron a Japón donde está hoy, entre las tres primeras economías del mundo solo superada por China y Estados Unidos. Una posición que no se verá alterada, al menos es lo que nos dicen, esté o no Abe en este mundo porque lo que hizo va más allá.

Más del Abenomics

Más allá de su política económica, Abe impulsó el libre comercio y promovió su visión de un “Indo-Pacífico libre y abierto” una postura adoptada por Fumio Kishida y el presidente estadounidense, Joe Biden (lo decía la semana pasada durante la Cumbre de la OTAN en Madrid) mientras construyen una serie de alianzas en la región para contrarrestar a una creciente China agresiva.

Alianza positiva tal y como nos contaba en Mercado Abierto, hace cosa de unos días, el embajador de Japón para nuestro país, Kenji Hiramatsu.

Este viernes Japón llora la muerte de Abe. Pensando que algo como esto, un magnicidio al estilo J.F. Kennedy, sería “imposible” en el siglo XXI en el país del sol naciente donde viven una noche de luto.